lunes, 30 de marzo de 2009

La Verdolaga


Escena de esas como en una película de final feliz, de ésas que cuando terminan uno dice, “demasiado idealista”, o algo así, pero en verdad no puede quitarse las moscas que se le pegan al estómago como queriendo salir por alguna parte, como queriendo volar con ellas. Bego deshaciéndose en cada lágrima, Andy que aparece como si supiera que había despedida y se suma a los besos, Felipe y Pollito rejuvenecidos y dispuestos a agitar el sombrero mientras la Kombi Dinamita se aleja por la calle Maturana y desaparece al llegar a la Alameda, Lía vestida de negro luto, la Morocha dando todo su cuerpo en el último abrazo (¿alguien dijo último?), Gaby gritando, “¡Esto es un sueño!, ¡esto es un sueño!, ¿cuánta gente habrá soñado este sueño?”, el Julien corriendo atrás del auto con Amadeo en brazos, la mano diciendo adiós. Adentro Asier que maneja por primera vez y aún le cuesta meter la primera, David y Karim como dos monos del sur vestidos con el mismo traje, igualitos los dos, como los gemelos los domingos de misa en las películas, como si se hubieran preparado para ser dibujos animados con gorros de duende, y van dando saltitos de cumbia colombiana al lado del conductor mientras suena la música (y parece que se escucha el ruido sucio del vinilo antiguo, habrá que cambiar los altavoces). Atrás las tres chicas, con los regalos aún en la mano, con las cartas de despedida sin leer, con un nudo que no saben si desatan o aprietan todavía, miran por la ventana de atrás y los ven a todos tristescontentos, y ellas tristescontentas, ¡hasta México!, y el Julién corriendo atrás de la Kombi Dinamita con Amadeo en brazos, la mano diciendo adiós. Escena de final feliz de una película que empieza.