
Qué cosa los pájaros que se aventuran sobre la ciudad, digo mientras miro por la cristalera, a la derecha la montaña grande, más allá el Montserrate, a la izquierda la ciudad que empieza a hacerse tan alta a partir de la setenta y dos, el verde se vuelve ladrillo, los caminos cuadrículas, coches y zapatos pisándose la huella una y otra vez. Arriba un pájaro blanco chiquito, al menos se ve chiquito desde la ventana, quizá esté lejos, se tira a la capital que ya desde lejos le devuelve su aliento de humo y alarma como saludo de Buenos Días, ya con tos (¿qué tos?) desde el principio. El segundo piso parece, de hecho, un observatorio de aves, se ven los pájaros atrevidos que se adentran en la cueva de los hombres, algunos temblarán. Más arriba hay otra escalerita y el tejado. Y a mi lado la señorita Medussa, tijera en mano y en la boca argentino, Qué grande que sos, dice, porque suena un piano y retumba muy alto en los cristales y podría ser Chopin. La música está ordenada por duración, de las canciones que menos duran, a las más largas. Chopin ya duró diez minutos, con sus tres movimientos, así es que no quiero imaginarme lo que será ésta de Bob Dylan. Vivimos con una extraña pareja. Uno riendas otro caballo, eso sí. Y luego está Dulcinea, siempre le salen peces en el horóscopo de las chocolatinas JET. Nosotras recortamos, por eso Medussa tijera en mano, y el suelo se queda lleno de papelitos. O entonces cocinamos y las hojitas verdes se derriten en la mantequilla para un dulce galáctico y la cocina se queda llena de platos sucios y harina. Últimamente rescatamos a lo grande, con seguridad y grandeza como tigres. Claro que para otras situaciones no soy tan carerraja. Ayer nos robaron, la escena me agarró sin avisar, la escena saltó como tigre y nos dejamos morder, pajarita estúpida, vuela.