Queriendo escapar del monstruo de La Gran Ciudad nos convertimos en mosquitos atrapados por la tela de la araña llamada Coquimbo.

El motor decidió que un paro cardíaco era una buena lección para unos personajes que desconocían por completo el mundo de las bujías y el aceite, así que montamos campamento al más puro gipsy style en Maipú con 25 de Agosto, lugar que evidentemente ningún habitante de la ciudad de Coquimbo conoce a no ser que tenga conocidos mecánicos o que trabajen cortando camarones frescos para envasar y congelar, y esperamos a que el Mecanicman de la calle Huérfanos en Santiago nos mande las piezas necesarias.
La Costanera se disimula con el sonido de la Fabrica de en frente, que pronto dejaría de parecernos un ruido atormentador para convertirse en el posible murmullo de una cámara de cine antigua grabando cada una de nuestras escenas. De la Kombi parada, como enfermo en una camilla con el suero bajo la nariz y los ojos cerrados, sale sin embargo una música, la mejor banda sonora, de Los Olimareños al Break on through de Jim Morrison, y empieza un after hour ininterrumpido, un baile extraño y poderoso que va y viene por la calle repleta de talleres mecánicos ante la mirada atenta de una manada de hombres sucios con los bolsillos repletos de herramientas y los ojos cargados de obscenidades de esas que se salen por la boca (y menos mal que se salen sólo por la boca). Empieza una danza misteriosa y alegre, sin tiempo, sin vergüenza, sin silencios, cargada de gritos y abrazos adentro, afuera, arriba del auto picapiedra, bajo la manguera del sol de domingo. Karim es bautizado como Said Abdul “El Romántico” -como
si de verdad viniera de Palestina o de Argelia- y se integra de tal manera en el barrio –lo quieren en la fábrica para cortar camarones y en el taller para cambiar unas correas o para arreglar un baño o una máquina de coser- que pronto nos cuesta distinguirlo entre los nativos de la pobla. David se convierte en nuestro entrenador de basket en las mañanas – Nati y yo con los pulmones quejándose después de diez bandejas por la derecha y unos tiros libres- y poco a poco le va cogiendo el gusto al vino y se le olvida hablar susurrando, que es como se habla en su mundo lejano y antiguo de los bosques del sur. Irene discute a cada ratito con Asier como discuten los niños cuando se enamoran y se tiran del pelo; ella es la Argentina Furiosa y él el Vasco Gruñón, ella le dice “Parecés un león enjaulado, che”, y él con su mirada fulminante como si pudiera incendiar con ella todo un bosque o algo más difícil, qué se yo, una playa. Irene cosiendo banderas, Nati que no quiere ser Palmerita, diciendo “Oh my god” a cada rato, o “Hay que desafiar al kaos”, Laurita venida a menos en un apodo tal como Lalines de los Montoncitos, obligada a avisar de cada uno de sus movimientos como una sirena por su acusación de “patosa” en una casa rodante llena de cachivaches y personajes, Asier rejuvenecido al anochecer y nombrado Caballero de las Pamplinas, El Cuarto Mosquetero, cada vez que sale la luna-uña por el lado de la mezquita y él decide vestirse con el abrigo elegante de la Nati, soltarse el pelo, beber de la botella como los piratas y subirse de nuevo al asiento del conductor como si nunca se hubiera bajado, como si nada hubiera pasado y la Dinamita fuera a gruñir de nuevo dispuesta a adentrarnos en el valle.
Coquimbo, donde uno se olvida de que está esperando y se pone a vivir nomás (no menos).
El motor decidió que un paro cardíaco era una buena lección para unos personajes que desconocían por completo el mundo de las bujías y el aceite, así que montamos campamento al más puro gipsy style en Maipú con 25 de Agosto, lugar que evidentemente ningún habitante de la ciudad de Coquimbo conoce a no ser que tenga conocidos mecánicos o que trabajen cortando camarones frescos para envasar y congelar, y esperamos a que el Mecanicman de la calle Huérfanos en Santiago nos mande las piezas necesarias.
La Costanera se disimula con el sonido de la Fabrica de en frente, que pronto dejaría de parecernos un ruido atormentador para convertirse en el posible murmullo de una cámara de cine antigua grabando cada una de nuestras escenas. De la Kombi parada, como enfermo en una camilla con el suero bajo la nariz y los ojos cerrados, sale sin embargo una música, la mejor banda sonora, de Los Olimareños al Break on through de Jim Morrison, y empieza un after hour ininterrumpido, un baile extraño y poderoso que va y viene por la calle repleta de talleres mecánicos ante la mirada atenta de una manada de hombres sucios con los bolsillos repletos de herramientas y los ojos cargados de obscenidades de esas que se salen por la boca (y menos mal que se salen sólo por la boca). Empieza una danza misteriosa y alegre, sin tiempo, sin vergüenza, sin silencios, cargada de gritos y abrazos adentro, afuera, arriba del auto picapiedra, bajo la manguera del sol de domingo. Karim es bautizado como Said Abdul “El Romántico” -como
Coquimbo, donde uno se olvida de que está esperando y se pone a vivir nomás (no menos).
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