domingo, 24 de mayo de 2009

La delgada línea de la cabeza

Buscando un lugar secreto en la dinamita para esconder todos los quesos, cereales y semillas que tenemos y que no pueden encontrarnos en la frontera con Perú, a la Nati se le ocurre desmontar las puertas, así que durante unos kilómetros no se pueden bajar los vidrios porque ahí justo está el gran tesoro, los tortellini con crema que nos comeremos cuando pasemos la delgada línea que se empeña en separar los mundos. Atrás se queda el Chico, con su casita de adobe y sus seres que le habitan adentro de su cuerpo y que salen en los momentos más inesperados con forma de voz de pitufo o de gatito atropellado por un camión. Atrás las noches de charango y kena y las mañanas de mate con Kike rodeados de fanzines (nada de anarkismo democrático, no me chinguen) y libros sobre los maravillosos crotas, y una de esas películas con las que uno se lanzaría directamente al atraco de un banco, ¡maldito dinero! Atrás quedan las fotocopias de muestro comunicado, pegadas en cada esquina de la calle Caracoles, y un último grito, ¡Viva la revolución!, y una caja sorpresa en la comisaría y un puñado de risas en la mochila, ahora sí nos podemos ir. Atrás se quedan, corazón con corazón, y sin embargo de pronto parece que aún estamos con ellos cuando la Nati termina de atornillar de nuevo la puerta de nuestro auto de juguete, atardecer en Arica, ¡Ya está, tesoro escondido!, y la Negra grita, ¡Estamos muy bien, cabras, muy pero que muy bien! (el Chico on my mind) Y ya lo creo que sí, porque con tantos trastos (chaches) arriba de la parrilla, los policías no se atreven a revisarnos (supondría alargar inevitablemente su aburrida jornada laboral) así que directas a Tacna, donde los pitidos de los taxis conduciendo a lo loco por la ciudad sin reglas nos darán el dolor de cabeza suficiente para partir a Arequipa sin pensarlo más. Pronto acabará el desierto y podremos volver a respirar.

Karta a la represión en San Pedro


¿Pensaban que nos íbamos a quedar calladxs?, ¿Ustedes nos quitan la música y el baile y nosotrxs en silencio? ¡Ja, ja, ja! El silencio es para los muertos.

Policías, energúmenos ineptos de la represión, seguidores fascistas de la dictadura silenciada, se merecen simplemente lo peor, así que ¡vayan preparándose!

¿A quién se le ocurre prohibir la música?, ¡La música! Hablamos cantando, el viento toca cuando sopla y mueve las hojas, los pájaros despiertan inventándose melodías, ¿y ustedes quieren prohibir la música?... Pero, ¿qué se han creído?, ¡tropa de estúpidos!

Por si fuera poco, además ¡pretenden reprimir el baile!, ¿Qué es para usted el baile, indeseable Astete?, ¿ha sentido alguna vez la diversión del cuerpo en movimiento?, ¿ha sentido la sonrisa por dentro mientras baila cueca, cumbia, saya?, ¿ha sentido la conexión con el momento?, ¿ha sentido la libertad?

¡El baile no se puede parar, carajo!, ¡Entérense de una vez, inútiles! El baile no se puede parar como no se puede parar el viento. Nunca podrán quitarnos la música porque la llevamos dentro. Nunca podrán pararnos los pies, ¡nunca!

Así que, caballeros, les hemos preparado una canción de brujas y maleficios, ¡ja, ja, ja! Dejen de kagarnos o serán kagados, dejen de mandarnos o alguien les mandará una desagradable sorpresa. A ver si alguien va a pararles los pies, o las ruedas.

¡JA, JA, JA!

lavanda.des.organizada



domingo, 3 de mayo de 2009

Not for sale












San Pedro tiene eso de pueblo chico, infierno grande clavado en cada esquina como si fuera una advertencia inexorable. Pero es algo más. Es algo entre voces del desierto y campanas del dinero. ¡Ciudadela de deambulantes! Resulta demasiado fácil encontrarse de nuevo con la misma cara, en la misma calle, entrando a las mismas tiendas souvenir and rest in peace, a los mismos bares.

Por el día parece como si el sol pudiera entrar por un agujerito de la cabeza hasta calentarla como para cocinar cazuela. Por la noche el viento levanta la arena y las paredes se vuelven heladas. Es el mismo contraste que las cholitas chiquitas y negritas de esquina, vendiendo humitas calentitas a quinientos pesos, entre polleras y sombreros, hablando rápido y muy bajito como si por su lengua corrieran bichitos haciendo una carrera. El contraste entre ellas y los suizos y los canadienses y los japoneses y los alemanes, el primer día blanquitos, blanquitos, el segundo día rojos como cangrejos o como pimientos rojos. Ropa nueva, especial para viajar por Chile. Restaurant de lujo. Paseo en jeep por los lagos sagrados del altiplano, vigilados por guardias, noentrassinopagas. Por más que lo intento no puedo dejar de verlos así, turistas de guante blanco, terroristas de la pacha mama.

San Pedro tiene algo entre el olvido y el estanque, como si fuera tan fácil hipnotizar a los que llegan hasta hacerlos quedarse: en pocos días un arriendo, trabajo de camarero y de pronto pasaron diez años de tu vida y nunca te diste cuenta. Es algo entre la cocaína y el opio.

Tiene el olor a rancio de los carabineros acercándose muy despacio y con las luces de alerta prendidas, pero al mismo tiempo tiene la magia de la música con instrumentos de tierra y semillas. Y esa cosa de las plazas de pueblo que es el telar que se va tejiendo con la gente que pasa y sigue, o el que se queda y toma un café, o los niños jugando fútbol con un balón deshinchado, la mujer cargada de verdura que se sienta a descansar en el banco, o el chico de bigotes largos y guitarra desenfundada (como provocando, debo decirlo) que ya es la tercera vez que aparece por la esquina y aún no se atreve a saludarme.

Musaka en Re menor

















En una noche de luna llena atravesamos el desierto hasta llegar a casa de la Negra. David se va entre las notas de una quena y las cuatro brujas se reúnen como cuando niñas, Pijama Party, entre flores rotas y llamadas perdidas. Después del cumpleaños nonagenario del abuelo, vendemos bolas del poder en fiestas del hermano bless de la mentira ¡Los hippies están muertos!, grita la Negra recordando a nuestra Bego rapada, ¡Murieron aplastados como mueren aplastadas las moscas de Irene a la hora de la siesta! Confirmamos que en el desierto no hay plantas (la consigna Abril, cogollos mil se transforma en un pésimo Abril, sequía hostil con tono de resignada derrota), pero a cambio conocemos al verdadero comandante Marcos, que por un momento es nuestro padre, el de todas, vino en copas de cristal, jazz, musaka y conversaciones que empiezan en la ciudad fantasma de los mineros y acaban en polvo de estrellas, ¿qué es El Sistema?, ¿quién es El Sistema?, o, ¿quiénes somos?, ¿qué queremos?, ¿qué es el trabajo?, ¿por qué?, ¿qué es la familia?, ¿qué la identidad?, ¿y la felicidad?, polvo de estrellas, en fin. Llegó el momento de marcharnos y el abrazo de la mamá Danisa es el abrazo de nuestras madres todas y salimos con los ojitos hinchados y el calor indisoluble bajo la piel, pero probando nuestra nueva bocina que despierta a todos los perros de la cuadra, que nos siguen como el hilito de una cometa suelta, un volantín que se aleja hacia el Norte.