En una noche de luna llena atravesamos el desierto hasta llegar a casa de la Negra. David se va entre las notas de una quena y las cuatro brujas se reúnen como cuando niñas, Pijama Party, entre flores rotas y llamadas perdidas. Después del cumpleaños nonagenario del abuelo, vendemos bolas del poder en fiestas del hermano bless de la mentira ¡Los hippies están muertos!, grita la Negra recordando a nuestra Bego rapada, ¡Murieron aplastados como mueren aplastadas las moscas de Irene a la hora de la siesta! Confirmamos que en el desierto no hay plantas (la consigna Abril, cogollos mil se transforma en un pésimo Abril, sequía hostil con tono de resignada derrota), pero a cambio conocemos al verdadero comandante Marcos, que por un momento es nuestro padre, el de todas, vino en copas de cristal, jazz, musaka y conversaciones que empiezan en la ciudad fantasma de los mineros y acaban en polvo de estrellas, ¿qué es El Sistema?, ¿quién es El Sistema?, o, ¿quiénes somos?, ¿qué queremos?, ¿qué es el trabajo?, ¿por qué?, ¿qué es la familia?, ¿qué la identidad?, ¿y la felicidad?, polvo de estrellas, en fin. Llegó el momento de marcharnos y el abrazo de la mamá Danisa es el abrazo de nuestras madres todas y salimos con los ojitos hinchados y el calor indisoluble bajo la piel, pero probando nuestra nueva bocina que despierta a todos los perros de la cuadra, que nos siguen como el hilito de una cometa suelta, un volantín que se aleja hacia el Norte.
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