lunes, 8 de marzo de 2010

Retrato del señor Luis Javier Guerrero en la ciudad de Mocoa, Colombia


Javier. Los diplomas

Luis Javier Guerrero había sido gordo toda su vida. No gordo de los que no pueden moverse y pollo y cerveza y más pollo y más cerveza. Pero desde luego nunca nadie lo confundió con un flaco. Era por eso que cuando alguien entraba a su casa, ahora que ya le habían pasado los cuarenta, se preguntaba quién carajo era ese rellenito fuertote que había invadido, con sus fotos, todas las paredes de la casa del señor Javier: diplomas, certificados, foto de la primera comunión, de graduado, del ejército, foto con una chica de la cintura, en una playa con una moto, con los amigos una noche de bares y copas. Por supuesto que el gordito no era otro que el mismísimo don Luis Javier Guerrero haciendo la comunión, con su primera moto, celebrando un partido de fútbol. Y la gente al saberlo emitía algo así como un triple pestañeo seguido de un graznido de pavo y un asentimiento, como si al final hubiera algo de obvio. Entonces era la cara de Javier deformándose en una risa atroz, los dientes negros, pequeños, separados, la cabeza pequeña como la de un mono, la panza peluda, plana, siempre acariciándose el ombligo. Y el sonido de la risa retumbaba en las paredes moviendo las fotos de Javier gordo y uno no sabía si reír con él o salir corriendo. Era como si en esos momentos los ojos de Luis Javier pudieran mostrar todos los muertos que habían pasado por sus dientes.

Javier. Los puros

Para fumar puros Javier tenía que encerrarse en la casetita del patio. Cuando uno lo veía caminando descalzo hacia el jardín, rascándose la panza flaca, sonrisa pícara, allá iba, a la casetita, a fumar los puros que le traían por cientos, como de contrabando, o como si alguien le debiera un favor demasiado grande. Javier entraba en la casetita oscura, la ventana era tan pequeña que sólo alcanzaba a pasar el calor pringoso de la selva, y prendía una vela grande de la Virgen de la Candelaria y con el mismo fósforo encendía el primer puro (otros dos encima de la mesita, entre de los dientes de tigre y de la cabeza de mono). Mordía la última parte del puro y la echaba en un tacho que había debajo de la mesa con miles de restos de puros que luego le servían de abono para sus plantas. Entonces Javier empezaba fumar el puro con ritmo cubano hasta que se enrojecía la punta como si fuera una cigarra. Si estaba solo, fumaba sin dejar de mirar el tabaco que ya se iba consumiendo, como si pudiera ver en él una película o un sueño lejano, nublaba los ojos, agachaba las cejas y quedaba medio bizco cuando el puro estaba ya por acabarse. De corrido prendía el siguiente y el siguiente cuando se acababa el anterior, y a ratos iba escupiendo en el tarrito de la esquina que estaba lleno de escupitajos y parecía como si escupiera la parte podrida de una ciruela. Cuando terminaba de fumarse los tres puros se levantaba y salía de la caseta mareado, como si acabara de aterrizar en la luna, o como si por dentro lo hubiera invadido una música africana de Guinea.
Si entraba con alguien en la casetita, entonces le hacía prenderse un puro cuando él ya se había fumado el primero, y le leía las cenizas que no se caían nunca, se quedaban pegadas al puro como si fueran historias de entre dientes, y entonces Javier hablaba de suerte, de hijos, de futuro, de amores pasados, de preocupaciones y de estrellas.

Javier. Las adivinanzas

- ¿Por qué te rascas?... te he visto.
Doña Bernardina tomaba café frío y se abanicaba con un diario viejo, ni siquiera se había dado cuenta de que se había rascado el pecho con la mano derecha.
- No sé, no me había dado cuenta- dice un poco sin entender, un poco con miedo porque la cara de Javier se transforma en una risa de caníbal.
- ¿Acaso te falta…?- Javier hace un movimiento seco de brazos y piernas dos veces. Risa de caníbal. Busca la respuesta en los ojos de la señora Bernardina.
- …Puede ser… ahora que lo dices… digamos que espero a alguien…
- ¡Ah!, ¡qué bueno!, ¡así es que pronto habrá fiesta!, me gusta, ¡ráscate!, ¡ráscate!

Javier. El café

Javier se levanta con el sol pero todavía tiene los ojos cerrados y bosteza cuando va al baño. Luego prende el fuego de la cocina y entre legañas enjuaga la olla, cinco cucharadas de café, un pedazo de panela, agua y a remover. Javier se sienta en la mesa y empieza a hurgar en los diarios viejos pero los ojos todavía no le sirven para leer. El café hierve tres veces, Javier apaga el gas y vuelve a dormirse. A lo largo del día va llegando la gente, algunos vecinos, otros vienen de Puerto Asís, de Santa Ana, y siempre es lo mismo cuando llegan a la casa de Javier, las puertas abiertas y una voz sabia y burlona, Pero pase, hombre, pase, tome asiento, hay café frío en la cocina.

Javier. Las despedidas


- Y entonces, ¿ya se van hoy?
- Sí, en un ratito, cuando termine de escribir este cuento
- ¿Hacia dónde van?
- San Agustín
- Yo te voy a pedir algo, Laura. Regálame un pedacito de una hoja de tu cuaderno.
- ¿De MI cuaderno?
- De TU cuaderno
Lo miro sin desconfianza, arranco un rectángulo perfecto de la última página y se lo doy.
- Escribe- me dice. Sospecho que él no sabe escribir.- “KOMBI EXTRANJERA LLAMADA DINAMITA”
Y yo escribo en letras mayúsculas
- “NÚMERO”… ¿qué número es?
Sale de la casa y se para frente al Volkswagen amarillo, cara a cara, desde afuera me grita
- “7582”, ¡escribe!- Y yo escribo
- Ahora escribe:“ LAURA NATALIA PITU ALEXIS”, déjame ver. Eso es, ya está… Ah, sólo falta, aquí, mira, escribe: “VISITANTES. GRACIAS POR VENIR”. Así. Esto es todo lo que me queda de ustedes.

Nada de margaritas a los cuerdos



Entramos a Colombia por el Putumayo, por donde algunos nos dijeron que era peligroso y otros que era hermoso. Entramos por el Putumayo porque era el nombre del río, y de la discográfica, y además podía ser peligroso, y seguro era un lugar hermosísimo. Entramos y casi no entramos, casi nos decomisan la Dinamita pero nunca tan casi, y tuvimos que inscribir (de nuevo Dinamita Oficialmente trucha Ilegal) el número del motor en el motor y volver al día siguiente, rodeados por un ejército de adolescentes militares que nos pararían por las carreteras de todo el país durante tres meses. Ecuador quedó atrás con su absurda policía de inmigración y sus maravillosas carreteras públicas y su gasolina fácil. Llegamos al país del petróleo made in USA, de carreteras de piedra y charcos, de vacas indias, de sombreros grandes como sonrisas, de militares jóvenes y viejos pero siempre con metralletas, amables, divertidos, pero siempre con metralletas, de los paramilitares y la guerrilla y esa sensación de tormenta pasando por de puntillas por el cielo recorriéndonos el cuerpo, que daba un saltito con cada piedra: Colombia. El país del plátano se queda recopilado en fotos con dos integrantes de la plantilla oficial Dinamita, señorita Negra Blacky du Bronx y señorita Irencita de los Nomerompáslaspelotas con los años recién cumplidos pasarán dos meses en el loco Sucre de Quito con el elfo doméstico gritando ChileChileChile o CharanguitoCharanguito cada vez que bajaban las escaleras.


La carretera sin asfaltar te deja sentir un poco más la Tierra, pienso cagándome en los amortiguadores inexistentes de nuestra queridísima furgoneta. En los pueblitos nos aman pero no nos compran nada, nos dan comida pero nunca dinero, nos enseñan el río y nos miran bañándonos desnudos como peces, nos dan de beber cerveza Águila y otra y otra más y nos hablan de muertos y desaparecidos, de guerrillas y gobiernos, de cocaína. De nuevo los militares que nos paran y nos hacen bajar y revisan nuestros documentos truchos y nos miran de norte a sur y entonces (ya es de noche, el camino está agujereado y la Dinamita avanza tiritando como un combo de percusión) nos piden que llevemos a uno que está de permiso, ¡a un militar! Julián sube con una cerveza y vestido de paisano, se va de parranda después de un mes de servicio, Así es, nos cuenta, trabajas 40 días con la metralleta en la mano las 24 horas y luego tienes 20 días para emborracharte y olvidarte de todo. Y mientras, la propaganda de Estado por el camino: En Colombia sí existen los héroes: Ejército Nacional, tranquilo, nosotros vigilamos tus carreteras. Antes era más común, dice el tal Julián con su medallita de la virgen en la mano izquierda y la lata de Águila en la derecha, Uno llegaba, lo mataba a un campesino y guardaba unas armas en la casa del tipo muerto para poder denunciar que había acabado con un guerrillero… te dan 15 días de permiso si capturas a un guerrillero. Ahora no se pasa tanto, dice. La selva se dibuja en el camino como un grabado en sombras, cerros de palmeras, conciertos de sapos, grillos, pájaros y ese extraño Alguienescuchóeso que deja la escena colgando de un hilito por unos segundos. La selva verde, de todos los verdes, se vuelve negra y sólo se deja ver con la luz intimidante de una linterna militar. La selva escondida detrás de una cortina y a lo lejos tormentas que se escuchan como animales furiosos. Yo conduzco y Dizzy Gillespie me acompaña por los altavoces. Ahora las luces vienen de atrás: un furgón gigante en el espejo retrovisor. El militar que llevamos adentro, borracho y simpático, me dice, Oríllate y baja la velocidad, si no te adelantan en seguida es porque te quieren a ti.




La melaza que ríe


Se me fue al carajo. Lo de ser constante, digo. Lo de las publicaciones semanales del blog, o quincenales, o lo que pinche conlleve la palabra perseverancia. ¡Desde octubre sin escribir! Hay quien pensará que estamos muertas ya, mea culpa, signore, pero nada que ver. Cuando mi hermano era pequeño tiraba el balón a la canasta de basket y nos reíamos de él porque ni siquiera llegaba a la mitad del palo. Después de dos o tres horas conseguía, ocasionalmente, que la red se tambaleara por una rozadura suave en la parte de abajo. Un poquito después le pegaba ya al aro y en una de esas encestó. Ya era de noche. Será que yo me distraigo y me quedo mirando las rayitas del balón, preguntándome su por qué o coloreándolo de otro color más bonito que el obvio naranja (quizá si fuera verde y negro metería triples), excusez-moi. Y ahora me pasa otra vez lo de siempre: que se me pasó el ahora y tengo tantas historias como días y tengo que contarlas para poder contar la historia de ahora, cuando la Tierra tiembla para decirle a Nati que está viva, viva la Tierra y viva ella, en su tierrita, ahora que la Ire está desaparecida entre venezolanos de playa y ciudades de machete en mano si-me-ves-llegar-¡corre! , ahora que la Negrita actúa en los bares con su más grande parcero y plusquamqueamore venido de la mismísima Gotera de Leganés (in Madrid est) y se rodean de zapatistas en Chiapas como el que se cubre con un aguayo cuando hace frío, ahora que yo escribo lo que querría escribir ahora y escribo desde Madrid (yo sí), con el cuerpo que no quiere acostumbrarse al frío y la piel desteñida de Caribe y amor encerrado. Así es: las mujereslocas dinamitas y dinamitadoras se dispersaron por el mundo y la que no está en México está en Venezuela y la que está en Chile me llama a España. Pero no se vayan a pensar que la cosa explotó y eso es todo, fue-bonito-mientras-duró, hicimos-lo-que-pudimos, atrás-quedaron-los-mejores-días-de-nuestras-vidas, te-acuerdas-de-ese-viaje-que-hicimos-cuando-aún-éramos-jóvenes. No, no, my darling. Not yet. No nos hemos desperdigado por ahí como balas perdidas ni como semillas queriendo asentarse y brotar. Aunque parece que Nati verá a la Dinamita a su entrada por el DF, saliendo de alguna de sus clases de Astrofísica de la UniversidadblabladeMéxico, el equipo no se rinde y empujaremos la maldita kombi hasta donde tiene que llegar al más puro estilo Little miss sunshine que venimos practicando desde hace casi un año. Después del final abrupto, alocado, explosivo y tormentoso del 2009 (ahí se viene la historia, despacito, pero, you know, en Bolaño el tiempo hay que rehacerlo con la lectura) parece que necesitamos recomponernos de una en una (algunas más que otras, of course) para poder pasar a la siguiente etapa: La prometida Centroamérica (¡yabadabadoo!). En febrero la Dinamita se convirtió en panal y cada una se fue a buscar el polen que necesitaba (Ire, a vos te queda relindo el papel de la Abeja Reina, querida) para dar paso, próximamente en los mejores cines, a la Dinamita Reloaded 2.0, más grotesca y agitadora que nunca, más activa y patrañera, feminista, insurrecta, disparatada, tarambana, tocapelotas, me-da-igualq-lo-que-pienses, este-mundo-es-sólo-un-mundo, todo-es-mentira-aquí y mucho más: una explosión oh my god sin precedentes, nosotras mismas elevadas a nuestro máximo exponente: Dinamita en Centroamérica, comming soon.