Hay que escoger: morir o mentir. Yo nunca he podido matarme.
Louis Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche
Y ahora tengo que decidir, ¿decidir lo que creo que me hará más feliz?, bah, ¡pamplinas! Me llegan al pincho las decisiones. Por un momento estanca la piedra al río que fluye: el río tiene que pensar si la rodea por la izquierda o por la derecha. Y además tantear lo que va a desencadenar la decisión. Ay. Pero la solución viene como el río Napo, que a su paso por el Coca uno no puede siquiera asegurar si va hacia el Este o al Oeste, o que el agua esté en movimiento, incluso yendo en canoa se pregunta uno si estará remando a contra corriente. La solución viene cuando sacas la piedra, y es la solución del que se guía por los ojos, y por los ojos de la gente. La solución: Mañana. Hoy sólo hay La Tormenta. La tormenta en la noche, y Alexis gritando con su castellano de dibujos animados, ¡Llega la tormenta!, y yo, ¡Hola tormenta!, y Pitu, ¡Tormenta selvática!, y de pronto se va la luz en toda la ciudad y empiezan los rayos. Algunos caen muy cerca. Dentro de la kombi el humo va empañando los cristales y hay que pasar un trapito de vez en cuando para seguir contemplando el concierto punk que nos regala el cielo. Cada vez que hay un relámpago monumental, como si alguien hubiera encendido el foco de un escenario, el Flaco Ernesto se recarga y al terminar el rayo (todo oscuro de nuevo y ese silencio en tensión, el silencio que va contando los segundos hasta que aparece el trueno,) el Flaco Ernesto brilla como luciérnaga y baila algo parecido a Tres Golpes de la Totó, un poco más frenético, y nos contagia a los tres con su ritmo.